Domingo 17 del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 11, 1 – 13).
Se dice, con razón, que el evangelista Lucas es el evangelista de la oración ya que son muchos los momentos de su evangelio en los que da indicaciones sobre el modo de orar de los cristianos. El evangelio que nos propone la liturgia este domingo es uno de esos momentos. A partir de este evangelio, propongo algunas consideraciones que nos puedan ayudar sobre la oración cristiana.
Y la primera de ellas es bien sencilla: pedir no es exigir. No es lo mismo pedir que exigir. Y nosotros no somos nadie para exigir nada a Dios. Ni siquiera Jesús lo hizo nunca: Jesús pidió, pero no exigió. Ni siquiera en un momento tan dramático y difícil como fue la oración de Getsemaní, a las puertas de la pasión: “Padre, si quieres aparta de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lucas 23, 42). Una cosa es expresar a Dios nuestro deseo, con toda claridad y sinceridad, incluso con angustia, y otra es exigir que el Padre se pliegue a nuestra voluntad.
Las oraciones más hermosas del evangelio son oraciones hechas desde la más profunda humildad. Algunos ejemplos en el mismo evangelio de Lucas: el leproso “Señor, si quieres puedes limpiarme” (Lucas 5, 12); el padre desesperado al ver a su hijo poseído por un espíritu inmundo: “Maestro, te ruego que te fijes en mi hijo, que es el único que tengo” (Lucas 9, 38); o la sublime oración del buen ladrón en la cruz: “Jesús, acuérdate de mi cuando llegues a tu reino” (Lucas 23, 42). Oraciones humildes a las que Jesús responde con una generosidad desbordante.
En la oración que Jesús enseña en este evangelio a sus discípulos, el Padre nuestro, todas las peticiones se formulan en plural: “danos nuestro pan”, “perdónanos nuestros pecados”, “no nos dejes hacer en tentación”. Pedimos en Iglesia, en comunión con la Iglesia y por toda la Iglesia. Pedimos como comunidad de hijos de Dios y de seguidores de Jesús. La auténtica oración nos hace hermanos y nunca puede ser una oración individualista, que solo mira por las propias necesidades. A veces tenemos el peligro de confundir oración personal por oración egoísta o individualista.
Es significativa e importante la frase con la que se cierra el evangelio de hoy: “el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que le piden”. Esa es exactamente la promesa de Jesús. El Papa Benedicto XVI insistió en que no le podemos pedir a Dios cualquier cosa, en que tenemos que revisar las peticiones que hacemos en la oración. Jesús decía “lo que pidáis en mi nombre”. Y en el nombre de Jesús hay cosas que no se pueden pedir y en el nombre de Jesús no se puede pedir cualquier cosa, sino aquello que nos hace capaces de seguirle a Él más de cerca y de construir su Reino.
Darío Mollá SJ
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