Han pasado dos meses desde que volví de Lisboa y el fuego no se apaga. Voy a tratar de compartir mi experiencia lo más claro posible.
Los eventos masivos tiene el riesgo de perderse en la superficialidad, ese era uno de mis miedos al ir Lisboa. Que fuera viajar, conocer gente, y a otra cosa mariposa. La verdad es que fue todo lo contrario. Y tengo varios “eventos canónicos” para poner de ejemplo, pero hay uno en particular al qué siempre vuelvo. El Magis consta de varias experiencias a los cuales los participantes son enviados, a mi me tocó solidaridad y servicio en Salamanca. Íbamos a Lorenzo Milani, hogar, granja, escuela técnica, donde niños y adolescentes viven lejos de su familia por distintos motivos, un espacio similar a La Huella. Este lugar cuenta con una especie de zoológico, con jaulas construidas por los mismos chicos, donde tienen aves heridas que ya no pueden cuidarse por si solas. A su vez veíamos a los gurises trabajar. Hasta que una compañera, uno de los testimonios más lindos de fe que me llevo de todo esto, pregunta que diferenciaba nuestro paseo por ahí viendo a los animales y viendo a los gurises, seguíamos siendo turistas paseando. A raíz de esto se dieron conversaciones muy profundas sobre el turismo exótico, el servicio, el encuentro y el sentido mismo de nuestra presencia allí.
Nuestra fe y nuestra espiritualidad nos invitan a contemplar el mundo, ir un paso más allá, saltar de las frases bonitas de los ejercicios a integrarlos a nuestro ser. El Magis fue para mi una gran oportunidad de agradecer y valorar esto.
Me imagino que algunos se estarán preguntando mientras leen esto si el haber ido por y desde la CVX le dio algo distinto. Mi respuesta puede que sea un poco romántica, pero déjenme decirles que si.
Compartir la misma fe, la misma espiritualidad ya era algo característico del Magis, encontrarse con otros cevequianos agregaba otro gustito. La alegría de reconocernos hermanos, de reconocernos comunidad. Hay algo que siempre nos cuesta y es reconocernos comunidad nacional, latinoamericana ya es etéreo, mundial pareciera abstracto e inabarcable. La verdad es que nunca fue tan sencillo.
No voy a caer en lo anecdótico porque esto sería más largo todavía, lo que quiero transmitir es el fervor, la emoción y todo lo que me movilizó. Una frase que me quedó de una compañera fue “qué lindo reconocerse comunidad, pero que desafiante”, a lo que yo le agregaba “pero que lindo”. En ambas experiencias guiamos conversaciones espirituales, abiertas a quienes quisieran acercarse a conocer algo del carisma de la CVX. ¿Fue desafiante? Si. ¿tuvimos algún qué otro roce? Obvio. ¿Volvimos a respirar cuando terminaron ambas? ¡Más bien! ¿Acaso no nos ardía el corazón? No se los puedo explicar con palabras.
¿Y uno como no va a creer en un futuro lleno de esperanza después de encontrarse con todos estos corazones?
De la Jornada Mundial quiero destacar tres cosas, aunque hay muchas más.
La primera es otro testimonio qué me acompañó durante la semana anterior y siguió en varios momentos de la segunda. Compartiendo sobre fe, religión, historia, política, intercambiando, entendiendo, aprendiendo del otro, pero coincidiendo, no solo en esto, pero si con clara convicción, en que si la experiencia de Cristo no es transformadora hay una pata que no esta caminando bien. Transformadora en nuestra forma de contemplar y actuar en el mundo, con, para y por el otro. Y que muchas veces en nuestra iglesia, y la CVX no escapa a esto, evitamos o superficializamos al hablar por “no politizar”, “hablar de política”, “porque tal cosa es de izquierda/derecha”, cuando nuestra propia fe, espiritualidad y carisma nos llaman a ser contemplativos en la acción, desde el modo y a nuestra forma encarnar el modo de Jesús.
Lo segundo es el silencio de un millón y medio de personas en la vigilia. Un millón y medio de personas de una diversidad propia de la cantidad de personas que éramos con el trasfondo de cada uno. Nunca el sonido del silencio fue tan hermoso. Silencio compartido. Comunión con y en el espíritu. Se me erizó la piel, y es otro de esas experiencias que puedo mencionarlas, pero que no puedo explicar más allá de estas palabras. “Creer o reventar” supongo. Tan tangible. Podré olvidarme de muchas cosas en los años por venir. Nunca de ese momento.
Por último quiero destacar de la apertura de Francisco qué no nos cansemos de hacer preguntas, qué ya se harán respuesta. Mi invitación, hermanos cevequianos, es que seamos inquietos, preguntones, dialoguemos. Que nunca nos cansemos de intentar construir un mundo semejante al amor de Dios.
Santiago Freire (Tabor)
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