Domingo del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo – Ciclo C (Lucas 9, 11b – 17).
Cuando leemos con atención el evangelio que nos propone la liturgia hoy llama la atención el contraste entre dos actitudes, la de los Doce y la de Jesús, ante la muchedumbre que sigue a Jesús y que al declinar el día se encuentra sin alojamiento y sin comida. Los Doce le dicen “Despide a la gente; … que vayan a buscar alojamiento y comida” y Jesús, ante una petición tan razonable a ojos humanos, les sorprende con un desafío que suena a imposible: “dadles vosotros de comer”.
Ante una necesidad evidente y de gran magnitud los Doce se confiesan impotentes, se centran en sus posibilidades y confiesan que nada pueden hacer “no tenemos más que cinco panes y dos peces”. Ni por un momento piensan en las posibilidades de Jesús a pesar de que acababan de ser testigos tanto de su misericordia como de su poder: “sanaba a los que tenían necesidad de curación”. Jesús, por el contrario, “alzando la mirada al cielo” va a multiplicar esos panes y peces de modo que “comieron todos y se saciaron”.
El milagro tiene, evidentemente, un significado trascendente de muchas connotaciones: como referencia al banquete universal que, a lo largo de toda la Escritura, es la plenitud del Reino de Dios y como anticipo de esa Eucaristía que es el alimento de vida que Jesús nos ha querido dejar antes de su partida de este mundo.
Quiero hacer en este comentario dominical también una aplicación de las enseñanzas de este milagro a otras situaciones que se dan con alguna frecuencia en nuestra vida cotidiana, tanto en lo personal como en nuestras relaciones o actividades sociales. Son aquellas situaciones en que sentimos claramente que las necesidades o los desafíos con los que nos encontramos superan, y a veces con mucho, nuestras posibilidades. Casi me atrevo a decir que ese contraste entre necesidades y posibilidades es lo normal.
Ante eso, caben posturas diversas, que el relato evangélico de hoy nos ilumina. Una primera actitud es refugiarnos detrás de nuestros límites para no hacer nada. Los límites son ciertos (aunque en ocasiones los exageramos más o menos consciente o interesadamente…), pero la alternativa no es todo o nada, o eso es, sencillamente, una falsa alternativa. Es muy posible que no pueda hacer todo lo que me gustaría o desearía, pero es falso que no pueda hacer nada. No puedo hacer milagros, pero sí que puedo poner en juego mis capacidades y mis posibilidades para hacer algo.
Lo que Jesús les está pidiendo a los Doce (y también a nosotros) es que pongan en sus manos aquello que tienen y Él sí que puede multiplicar nuestras posibilidades. Tenemos poco, sí; pero Jesús no nos pide que demos lo que no tenemos, lo que sí pide es que aquello que tenemos lo demos todo. Y Él transformará nuestra generosidad más allá de lo que nunca pudimos pensar.
Darío Mollá SJ
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