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El don de la ciencia

Hace un tiempo fui testigo en lo civil del matrimonio de mi hermano. Cuando el funcionario del Registro me preguntó mi profesión, le contesté: “científico”. Reinó el silencio. Porque esa profesión no figuraba; era una anomalía en el sistema. Hoy, no tantos años después, ser científico está de moda.


Pasar del anonimato a las primeras planas de los diarios es un proceso raro. Por un lado, quienes hacemos ciencia en base a dineros públicos tenemos la responsabilidad de comunicar nuestro trabajo de forma asidua. No se esconde una lámpara debajo de la mesa, ni puede la ciencia desarrollarse a espaldas de la sociedad que la sostiene. Pero la exposición mediática también tiene su poder embriagante y adictivo. Y el asumir ciertas poses se puede volver alienante.


Agradezco la invitación a escribir unas reflexiones en torno a la temática de la ciencia y la fe. Cuando era un joven estudiante en la Facultad de Ciencias soñaba con la posibilidad de escribir sobre este tema en el futuro. Ahora que tengo la posibilidad de hacerlo: titubeo. Me doy cuenta de que he reducido mi fe al ámbito de lo privado y mi ciencia al ámbito de lo público, disociando en mí algo que una vez supo estar unido.


Mi intención era hoy hablar de otra cosa. Quería exponer el concepto de que el “diálogo entre la ciencia y la fe” no tiene sentido. Porque hablar de diálogo implica asumir que la ciencia y la fe existen en personas diferentes, que se conectan mediante un diálogo fraterno. Podemos hablar de diálogo entre religiones o entre ideologías políticas contrapuestas. Porque son categorías mutuamente excluyentes, que solo pueden coexistir en la mente de un loco. Pero no es el caso de la ciencia y de la fe.


El fundador de la genética moderna, Gregor Mendel, era un monje agustiniano. Pierre Teilhard de Chardin fue un destacado paleontólogo y sacerdote jesuita, que realizó aportes en el campo de la evolución de los humanos. La lista es larga. No me gusta hablar de científicos cristianos porque el uso de la palabra “cristianos” como adjetivo implica asumir una subcategoría. No creo ser ni mejor ni peor científico que mis amigos agnósticos, ateos, judíos o budistas. Ninguno de nosotros invoca a Dios o a cualquier tipo de entidad espiritual al hacer ciencia, por el simple hecho de que la metodología de las ciencias experimentales es única y es materialista. Pero el asumir que no hay conocimiento posible más allá de los alcances de dicha metodología es una postura filosófica, no científica, como bien se explica en este artículo que recomiendo enfáticamente.


Redondeemos diciendo que la única diferencia entre un científico religioso y otro ateo es que uno se va a dormir alabando a Dios por haber creado un universo comprensible, y el otro simplemente se va a dormir.


Era de esto de lo que quería escribir hoy, pero luego me di cuenta de que podría ser un poco aburrido. A veces los académicos somos aburridos por gusto, porque restringirnos al pequeño universo de nuestra estricta especialidad es una postura más cómoda que reflexionar sobre los grandes misterios de nuestra existencia, que como a todos, nos abruman. Pensar abruma; pensar en modo piloto automático no abruma tanto.


Hoy, 23 de mayo de 2021, coinciden la fiesta de Pentecostés y un nuevo aniversario del nacimiento de Clemente Estable. Por lo que en Uruguay se celebra el día del investigador, la ciencia y la tecnología.


Reconozco que llevo años investigando, reflexionando y explicando cosas. Toda vocación es una misión y un regalo, y la ciencia es mi vocación. Una vocación hermosa. Pero si investigar se vuelve una forma de no abrazar el misterio, si reflexionar es una distracción ruidosa al silencio mental necesario para poder escuchar, y si explicar deviene en continua autorreferencia… entonces más me valdría perder la ciencia que perderme yo.


Al final, esto no era un testimonio ni un ensayo, sino una súplica: Tú, que haces nuevas todas las cosas, dame el don de no volver a irme a dormir sin reconocer y agradecer por todos los dones que me has dado. Incluyendo vivir en este mundo fascinante, lleno de secretos por descubrir.


Juan Pablo Tosar (Ágape)


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