El encuentro con la samaritana produce uno de los diálogos más ricos y profundos de los que tenemos registro en los evangelios. El caminar continuo de Jesús anunciando ese mundo mejor que Dios quiere para todos reclama un respiro. Necesita descanso y –como tantas veces-, toma la iniciativa frente a su interlocutora.
Establecer contacto con una mujer de un pueblo impuro no entra en los cánones religiosos de Israel. Es la misma necesidad la que los ha convocado junto al pozo. Es algo de lo que todos tenemos experiencia: cansancio, sed, soledad o tristeza… eso tan entendible como vasto que en portugués se pronuncia ‘saudade’.
La escena nos permite reconocer en Jesús a un maestro que sabe dialogar, sabe escuchar la sed del corazón humano y celebrar un encuentro que resetea la vida de las personas. Al borde del pozo, en la frontera entre el esfuerzo y la recompensa, se sienta a compartir al Dios que es ‘don’, ‘regalo’…
No pertenece a un pueblo concreto…, no está atado a un lugar de culto…, no es propiedad de ninguna religión… el verdadero culto consiste en reconocer al Padre que busca verdaderos adoradores, corazones sencillos que lo adoren ‘en Espíritu y verdad’: que sigan sus pasos, que se dejen conducir… vivir en la verdad y volver, una y otra vez, a la Buena Noticia.
Capaces de ‘sentir y gustar internamente’, como la samaritana, también se irá creciendo en el ‘conocimiento interno’ del Señor: primero como un simple judío, luego como profeta, finalmente como Mesías, que merece toda su atención, alguien que le revela a Dios como verdadera comida y bebida de salvación.
A la luz de este alimento, la samaritana olvida la sed, el hambre, el cansancio, el rechazo, la vergüenza… y echa a correr compartir la alegría del encuentro que la ha saciado por entero. Dejémonos orientar, también nosotros, hacia la fuente de agua viva.
Mariano Durand SJ
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